“No crean que todo ha sido rosa para mí en Europa. Creía que había perdido mi patria pero, afortunadamente, no fue así. Soy una mujer que canta a pesar mío”. Así, serena, con un dejo entre emoción y tristeza en su mirada, pero sin titubear, con la dulce entereza de su voz, Mercedes Sosa daba comienzo a la conferencia de prensa en el hotel Metropol. Era el 5 de noviembre de 1982. Allí anunciaba su concierto del día siguiente, luego del penoso destierro al que la forzaron durante cinco años. Se avizoraba que las horas de la noche más oscura y trágica de la Argentina estaban contadas. El presidente de facto, Reynaldo Bignone, último carcelero de un país en tinieblas, declaraba que “todos queremos hallarle alguna solución a la cuestión de los desaparecidos” y barajaba la posibilidad de una entrega anticipada del poder a las instituciones de la República.
La folclorista, ya fuera de la lista negra que la obligó al exilio, pudo regresar a su tierra natal, no sólo a visitar sus afectos y los lugares que marcaron “los buenos y malos momentos de su infancia”. Mercedes también volvería a los escenarios, reafirmar ese idilio con su pueblo, el que la vio nacer y la añoraba.
Desde el momento en que “La Negra” bajó del avión, las demostraciones de cariño se fueron multiplicando entre sus familiares y el público. La agrupación tradicionalista de gauchos “Manuel Belgrano” la escoltó en caravana hasta un hotel céntrico. En el camino, las ofrendas florales a la cantora eran incesantes. Los años y la pena durante el desarraigo dejaron su huella, aunque su voz y su belleza continuaban intactas.
Mercedes Sosa, 90 años: la voz de un pueblo que sigue cantandoCon Charly García
Durante el desasosiego de ese tiempo, la cantante por antonomasia de Tucumán se acercó a otros géneros, como el del rock nacional. “Están haciendo algo muy digno e importante, porque dicen cosas, y la gente los escucha.” Incorporó a su repertorio canciones de músicos como Charly García, y por eso la letra de “Inconsciente colectivo” resonó desde su tucumana garganta, en una colmada cancha de San Martín: “Mama la libertad, siempre la llevarás, dentro del corazón. Te pueden corromper, te puedes olvidar, pero ella siempre está”. Desde la tribuna de calle Pellegrini en varias ocasiones se coreaba “se va acabar, se va acabar la dictadura militar”.
Mercedes no pudo ocultar su emoción, sin dejar de cantar, en el momento que interpretó “Al Jardín de la República” o cuando miles de voces fueron una al interpretar “Sólo le pido a Dios”. Fue el momento en que la efusividad del público desbordó mientras se encendían antorchas que se acercaban al escenario. En días en los que los jefes militares se reprochaban mutuamente la derrota en la guerra de Malvinas, la canción de León Gieco se había convertido en un himno, un bálsamo que cobijaba a un afligido pueblo que sentía desangrarse.
Alguien dijo alguna vez que si la tierra americana, la sufrida y doliente Latinoamérica, se levantara y tuviese voz, sería la de Mercedes. Y, sin dudas, también su rostro. Solemos creer equivocadamente que aquello que amamos nos pertenece, en ese absurdo y contradictorio sentimiento. Quizás esa noche se sintió que Mercedes Sosa, nuestra “Negra”, ya no era nuestra, sino de todo un continente.